domingo, 2 de febrero de 2014

Ickbarr Bigelsteine

Cuando era un niño tenía mucho miedo de la oscuridad. Todavía lo tengo, pero cuando tenía más o menos unos seis años, no podía pasar una noche entera sin llorar para que alguno de mis padres buscara debajo de mi cama o en mi armario y alejara al monstruo que pudiera estar esperando para comerme.

Incluso con una luz de noche todavía veía figuras oscuras moviéndose en las esquinas de mi habitación, o caras extrañas mirándome desde la ventana. Mis padres hacían lo que podían para consolarme, diciéndome que era sólo una pesadilla o una ilusión óptica provocada por la luz, pero en mi joven mente estaba seguro de que en el momento que cayera dormido, las cosas malas me iban a atrapar.

La mayoría del tiempo me escondía debajo de las sábanas hasta estar lo suficientemente cansado como para dejar de preocuparme, pero de vez en cuando sentía tanto pánico que corría al cuarto de mis padres, despertando a mi hermano y hermana en el proceso. Después de una situación como esta, no había manera de que alguien pudiera coger bien el sueño.

Finalmente, después de una noche particularmente traumática, mis padres se hartaron. Por desgracia para ellos, comprendían lo inútil que era discutir con un niño de seis años y sabían que no podrían convencerme para deshacerme de mis miedos infantiles a través de la razón o la lógica. Tenían que ser astutos.

Mi madre tuvo la idea de coserme un pequeño amigo para que durmiera conmigo.

Ella juntó varios trozos de tela al azar y con su máquina de coser creó a quien yo más tarde llamaría como “Sr. Ickbarr Bigelsteine​​”, o simplemente “Ick” para abreviar.

Ick era un medio monstruo, así es como lo llamaba mi madre. He de admitir que era bastante aterrador. Honestamente, mirando ahora hacia atrás, estoy muy impresionado de que mi madre se las arreglara para crear algo tan extraño e inquietante.

Las costuras de Ickbarr le hacían verse como un Frankenstein gremlin, con unos grandes ojos blancos de botones y unas orejas de gato.

 Sus pequeños brazos y piernas estaban hechos con un par de medias de rayas blancas y negras que pertenecían a mi hermana, y la mitad verde de su cara estaba hecha de las medias de fútbol de mi hermano. Su cabeza se podría describir como la forma de una bombilla, y su boca era un trozo de tela blanca cosida en zigzag para darle forma de colmillos. Yo lo amé desde el primer momento.

Desde el principio, Ick nunca se separó de mí, y mucho menos después del anochecer. A Ick no le gustaba el sol, y se enfadó cuando una vez traté de llevarlo a la escuela conmigo. Pero eso estaba bien, solo lo necesitaba por la noche, para mantener el coco alejado, ya que era muy bueno.

Si había una oscura criatura rasgando mi ventana, apoyaba a Ick contra el vidrio. Si había una gran bestia peluda bajo mi cama, lo ponía luego bajo la cama.  A veces los monstruos no estaban en mi habitación, sino que se escondían en mis sueños, y Ickbarr tenía que entrar en mis pesadillas.

Era divertido traer a Ick a mi mundo de los sueños, se pasaba horas luchando con los demonios y fantasmas. La mejor parte era que en mis sueños, Ick podía hablar conmigo de verdad.  

“¿Cuánto me amas?” Me preguntaba.

“Más que nada en el mundo.” Siempre le decía.

Una vez en un sueño, después de perder mi primer diente, Ick me pidió un favor.

“¿Me puedes dar tu diente?”

Le pregunté porque lo quería.

“Para ayudarte a matar a las cosas malas.” Me dijo.

A la mañana siguiente en el desayuno, mi madre me preguntó dónde estaba mi diente, que había desaparecido. Por lo que me dijo, que el hada de los dientes no lo había encontrado debajo de mi almohada. Cuando le dije que se lo había dado a Ickbarr, ella simplemente se encogió de hombros y volvió a alimentar a mi hermana pequeña. A partir de entonces, cada vez que perdía un diente se lo daba a Ickbarr.

Él siempre me daba las gracias y, por supuesto, me decía que me amaba. Con el tiempo, dejé de tener dientes de leche, y empecé a volverme un poco viejo para seguir jugando con muñecos. Así que Ick se quedó en mi estantería cogiendo polvo y perdiendo poco a poco mi atención.

Sin embargo, con el tiempo, las pesadillas se volvieron peores. Tanto que empezaron a seguirme en el mundo real, aterrorizándome en cada rincón oscuro o escondiéndose entre los arbustos.

Después de una mala noche al volver de la casa de un amigo en bicicleta, podría haber jurado que una jauría de perros rabiosos me perseguían, llegué a casa y me encontré con una extraña cosa que me esperaba en mi habitación.

Allí, en mi cama, de pie y con el suave resplandor de la luna, estaba Ickbarr. Al principio pensé que eran solo mis ojos que me estaban jugando bromas de nuevo, ya que era de noche, así que traté de encender la luz. Subí y bajé el interruptor varias veces, pero la oscuridad se mantuvo. Fue entonces cuando me empecé a poner nervioso.

Comencé a retroceder hacia la puerta, sin quitar mis ojos de la silueta de Ick, estirando mi mano tras mi espalda tocando el marco de la puerta. Ya estaba listo para salir corriendo de allí, cuando oí el potazo de la puerta, dejándome encerrado en la oscuridad. En nada más que sombras y silencio, que fueron capturados en el mismo lugar, no podía ni respirar.

¿Por cuánto tiempo?, no puedo decirlo con seguridad, pero después pensé que fue un por un gran momento de mi vida, más tarde escuché un sonido, una voz familiar.

“Tú dejaste de alimentarme, así que ¿por qué debería protegerte?”

“¿Protegerme de qué?”

“Déjame mostrártelo”

Parpadeé una vez, y todo había cambiado. Ya no estaba en mi habitación, estaba en… otro lugar. No era el infierno, pero tampoco era muy diferente a él. Era como un bosque, un lugar horrible, como de pesadillas, donde partes de fetos abortados colgaban de los árboles y el suelo estaba infestado con insectos carnívoros. 

Una espesa niebla inundaba el aire con un olor a carne podrida, mientras luces de un verde amarillento parpadeaban en el oscuro cielo de la noche. A lo lejos se oía el grito de agonía de al no-humano. La cabeza me latía como si fuera a estallar, el dolor forzaba a mis ojos a llorar como si fueran cataratas. En mi mente, oí su voz de nuevo.

“Esto es lo que tu realidad será sin mí.”

Sentía temblar la tierra cuando noté unas pisadas que se acercaban rápidamente.

“Yo soy el único que puede detenerlo.”

Estaba detrás de mía, enorme y furioso, sentía su aliento caliente en mi cuello.

“Dame lo que necesito, y lo haré.”

Me desperté antes de que pudiera darme la vuelta.

Al día siguiente revisé el armario de mis padres buscando los dientes de leche de mi hermana pequeña, y se los di todos a Ickbarr. Casi inmediatamente después de ello las pesadillas terminaron, y ya pude seguir más o menos con mi vida normal.

De vez en cuando tenía que ir a la habitación de mi hermana y robar lo que fuera para el hada de los dientes, o estrangular al gato de un vecino para quitarle sus pequeños incisivos. Cualquier cosa para mantenerme alejado de las visiones, e incluso me fui apañando con collares de dientes de tiburón o de animales pequeños.  

También comencé a notar que Ick se movía por mi cuarto cada vez que yo me iba, reordenando mis cosas y cubriendo otras. Incluso estaba empezando a parecer más real, de alguna manera.

En la luz sus dientes podían verse brillar y estaba caliente al tacto. Por mucho que me asustara, no podía juntar el coraje necesario para destruirlo, sabiendo perfectamente a lo que me conllevaría. Así que seguí recogiendo dientes para Ick durante la secundaria y la universidad. Mientras más mayor me hacía, a más cosas temía y más dientes necesitaba Ick para mantenerme a salvo.

Ahora tengo 22 años, un trabajo decente, mi propio apartamento, y una colección de dentaduras. Ha pasado casi un mes desde la última vez que Ick comió y las pesadillas están empezando a acorralarme de nuevo.


Di un rodeo al garaje después del trabajo de esta noche. Encontré a un hombre forzando una cerradura con la llave de su coche. Sus dientes estaban amarillentos debido a una vida de café y tabaco, y aun así, tuve que usar un martillo para sacarle las muelas.

Cuando regresé a mi apartamento, él me estaba esperando…en el techo, en una esquina de la pared, con sus dos ojos blancos y sus dientes afilados.

“¿Cuánto me amas?” Me preguntó.

“Más que nada” Le dije, tomando mi abrigo.

“Más que nada en el mundo.”


 Y aquí dejo un corto que hicieron un grupo de chicos para un proyecto de clase sobre una parte de esta curiosa historia, que lo disfruten:



Creepypasta creado por: Stephan D. Harris