domingo, 2 de septiembre de 2012

Ed Gein “El Carnicero de Plainfield”

El padre de Ed Gein, George, se quedó huérfano en 1879 cuando sólo tenía cinco años. Fue educado por sus severos y devotos abuelos en una granja cerca de La Crosse. Cuando cumplió veinte años se marchó a la ciudad, donde cambiaba constantemente de trabajo. Empezó a beber y en 1899 se casó.

No era una pareja afortunada, Augusta Gein, que procedía de una estricta familia de inmigrantes alemanes, era una mujer austera y fanáticamente religiosa. Pronto Augusta Gein dio a luz a su segundo hijo el 27 de agosto de 1906. La educación que había recibido y su matrimonio con un borracho, desarrollaron en ella un profundo aborrecimiento hacia los hombres.

En 1902 había nacido Henry, el primer fruto de esta unión sin amor. Augusta se prometió a sí misma que su hijo Edward Theodore Gein no sería nunca como esos hombres lascivos y ateos que veía a su alrededor.

Desde el primer momento, la vida de Eddie estuvo totalmente dominada por su madre, ella llevaba sola el negocio familiar, una frutería en La Crosse, Wisconsin. Su marido se pasaba el día dejándose todo el dinero en los bares del lugar. Ella era partidaria de imponer una disciplina muy dura, castigaba a sus hijos y era incapaz de ofrecerles el consuelo o el amor de una madre.

En 1913, los Gein comenzaron una nueva vida como granjeros. Después de pasar un año en una granja de vacas a unos veinticuatro kilómetros de La Crosse, finalmente la familia se instaló en un pequeño rancho aislado a las afueras de la ciudad de Plainfield.

Uno de los primeros y más inquietantes recuerdos de Gein sobre su infancia era cuando miraba fijamente a través de la puerta del matadero de la tienda de sus padres en La Crosse. Miraba hipnotizado cómo su padre sostenía un cerdo atado mientras su madre, con gran habilidad, le abría la tripa de un navajazo y le sacaba las entrañas con un largo y afilado cuchillo.

Muchas veces a lo largo de su vida Gein diría que esta matanza le producía náuseas y que ver sangre le hacía sentirse corno si se fuera a desmayar. Sin embargo, devoraba los cómics de terror y los libros sobre violencia, sobre todo lo relacionado con los Campos de Concentración nazis y las torturas que allí se desarrollaban.

Durante los primeros dieciséis años de su vida, el único contacto de Gein con la realidad fue el colegio, pero tan pronto como Eddie encontraba un amigo, su madre se oponía a esta nueva amistad. Todo el mundo suponía ante sus ojos una amenaza para la pureza moral de su hijo, y continuamente citaba la Biblia, recordándole que los hombres eran todos unos pecadores, lo cual Gein dejó de tener contacto con otros niños.

Augusta empezó a despreciar cada vez más a su débil y borracho marido. George reaccionó encerrándose en sí mismo, aunque a veces se emborrachaba y le pegaba a su mujer mientras Eddie y su hermano Henry le miraban sin poder hacer nada. Después de sufrir estos ataques, Augusta se ponía de rodillas y rezaba, más tarde en 1940 George murió, inválido, a la edad de sesenta y seis años.

A mediados de los cuarenta el negocio de la familia empezó a ir mal, y Ed y Henry tuvieron que buscar otro trabajo para llevar más dinero a casa. En la primavera de 1944, Henry murió en extrañas circunstancias. El y Eddie habían estado intentando apagar un fuego cerca de su granja cuando se separaron, y Eddie fue en busca de ayuda, pero cuando volvió con un grupo de hombres al lugar, su hermano yacía muerto. Aunque tenía un golpe en la cabeza, se certificó muerte por asfixia.

Poco después de este doloroso suceso, Augusta Gein sufrió un ataque al corazón. Durante doce meses Eddie la cuidó con amor, intentando que se restableciese, pero pocas semanas después, en diciembre de 1945, murió. Tras su muerte, Gein regresó a su granja y decidió conservar intacta la habitación de su madre, como un macabro homenaje a su progenitora.

Gein recibió un subsidio del Gobierno de los Estados Unidos a cambio de dejar la tierra en barbecho. A medida que la tierra se volvía improductiva, Gein empezó a hacer toda clase de trabajos a los vecinos de Plainfield para ganarse así la vida.

En 1954, en Plainfield, había un bar llamado “La Taberna de Hogan”. La propietaria de este antro, Mary Hogan, una mujer de mediana edad y divorciada dos veces, resultaba un personaje con un pasado dudoso.

En la tarde del 8 de diciembre de 1954, un granjero del lugar llamado Seymour Lester entró en la taberna. Aunque estaba abierta e iluminada, no había nadie. Empezó a sospechar algo raro al ver que, a pesar de sus llamadas, nadie salía a atenderle.

 Fue entonces cuando vio una gran mancha de sangre en la puerta que daba a la habitación trasera, sospechando que algo raro ocurría, salió corriendo a pedir ayuda.

El sheriff Harold S. Thompson llegó al instante acompañado de sus ayudantes. Comprobaron que el lugar estaba vacío y encontraron el coche de Mary Hogan aparcado detrás de la casa, en su sitio habitual. Había un gran reguero de sangre seca que cubría las tablas de madera del suelo, parecía que algo había sido arrastrado por ahí, junto a esto había un cartucho calibre 32.

Siguiendo el rastro de sangre a través de la puerta trasera llegaron a la zona del aparcamiento de los clientes, donde el sheriff vio unas huellas recientes de un camión que reconoció como las de una furgoneta de reparto.

Tres años después de la desaparición de Mary Hogan, el día en que comenzaba la caza anual del ciervo en Wisconsin, Ed Gein iba de cacería por su cuenta. Pero su presa no era un ciervo, la víctima era Bernice Worden que se había encargado, como única propietaria, de la ferretería de Worden tras la muerte de su marido.

Era el primer día de la temporada de caza del ciervo en Wisconsin, y la mayoría de los hombres de Plainfield, habían salido ya hacia los bosques de los alrededores, el resto de la ciudad estaba desierto y la mayoría de las tiendas cerradas, pero Bernice Worden había decidido abrir la suya pensando que podría llegar gente a comprar provisiones.

Poco después de las ocho y media de la mañana, Ed Gein hizo su aparición en la ferretería llevando una jarra de vidrio vacía, Worden le llenó la jarra, volvió al mostrador y le hizo la factura, el hombre pagó y se marchó.

 Volvió poco tiempo después, cogió entonces un rifle de caza que estaba expuesto en una esquina y le contó a la señora Worden que estaba pensando cambiar su vieja arma del calibre 22 por una más moderna, que pudiera disparar diversos tipos de bala, ella le dijo que la que tenía en sus manos era una buena compra y continuó con su trabajo.

Cuando se dio la vuelta, Gein sacó una bala de su bolsillo y cargó el rifle mientras simulaba examinarlo, unos segundos después apuntó y disparó.

Por la tarde, Gein recibió una visita: sus vecinos Bob Hill (un amigo de la juventud) y su hermana Darlene Hill fueron a preguntarle si podía acercarles al pueblo para comprar una nueva batería para el coche.

Gein salió a recibirles; tenía las manos manchadas de sangre y les dijo que había estado despedazando un ciervo. Esto le extrañó a Bob Hill, ya que a su amigo siempre le había desagradado este tipo de cosas y más de una vez comentó que se mareaba al ver sangre.

Gein dijo que estaría encantado de poder ayudarles y después de volver a la casa para lavarse, cogió el coche y les llevó a la ciudad. Cuando Gein y sus vecinos volvieron a la frutería de los Hill, estaba oscureciendo y la madre de Bob, Irene, le invitó a cenar y él aceptó.

Poco antes, del atardecer, Frank, el hijo de Bernice Worden, había olvidado su llave, y tuvo que volver a su casa para coger una. Cundo abrió la puerta de la tienda y entró, vio que la caja registradora había sido arrancada del mostrador y había desaparecido, y al fondo de la tienda había un gran charco de sangre. Frank llamó al sheriff del condado, y continuó buscando a su madre.

Cuando un cuarto de hora más tarde llegaron el sheriff y uno de sus ayudantes, ya tenía una idea de lo que había pasado.
—Ha sido él— les dijo Worden confidencialmente.
— ¿Quién? — preguntaron.
—Ed Gein— contestó.

Frank Worden no perdió el tiempo mientras esperaba al sheriff y su ayudante. Miró el libro de contabilidad que encontró junto al charco de sangre, en el que estaba apuntada una venta de anticongelante, en la que el comprador había sido Ed Gein. El sheriff Schley avisó por radio para que lo detuvieran y le interrogaran.

Gein, mientras tanto, estaba acabando de cenar con los Hill cuando un vecino irrumpió en la casa con las noticias de la desaparición de Bernice Worden. El único comentario de Eddie fue: “Debe tratarse de alguien con mucha sangre fría”.

Bob le sugirió que debían ir a la ciudad para ver qué pasaba, Gein aceptó y los dos hombres salieron al patio cubierto de nieve para coger el coche. En ese momento, el oficial de policía Dan Chase y su ayudante Poke Spees llegaban a la casa de los Hill para detener a Gein.

El oficial Chase cruzó el patio sonriente y golpeó en la ventanilla del coche de Gein cuando ya se iban, le ordenó que bajara del automóvil y lo escoltó hasta el coche patrulla para ser interrogado. El policía le preguntó dónde había estado todo el día y qué había hecho, y Gein se lo contó.

—Alguien me ha incriminado— dijo Gein.
— ¿Respecto a qué? — preguntó Chase.
—Bueno, sobre la señora Worden— contestó.
— ¿Qué pasa con la señora Worden?
—Está muerta, ¿no? — Respondió Ed.
— ¿Muerta? — exclamó el policía. — ¿Cómo sabes que está muerta?
—Lo oí— dijo Gein. —Me lo dijeron ahí dentro.

Tan pronto como el sheriff Schley oyó por radio que el principal sospechoso había sido arrestado, se dirigió a la granja de Gein con el capitán Lloyd Schoephoerster, de la oficina del sheriff del condado vecino de Green Lake.

La puerta trasera de la cocina cedió con facilidad. Encendiendo sus linternas, los dos hombres pasaron dentro. Art Schley sintió que algo le rozaba en el hombro, y volviéndose instintivamente a ver qué era lanzó un grito de horror. Ahí, delante de sus ojos, colgando del techo, se hallaba el cuerpo decapitado de una mujer, con un profundo agujero en donde se suponía debía estar el estómago. El sheriff pensó inmediatamente que el cuerpo había sido atado y después despellejado como si se hubiera tratado de un animal.


Los dos policías necesitaron varios minutos para recuperarse del shock por lo que acababan de presenciar. Finalmente, Schoephoerster consiguió acercarse al coche y pedir ayuda por radio. A continuación, dándose ánimos mutuamente, los dos hombres decidieron entrar de nuevo en la casa. El cadáver colgaba de un gancho por el tobillo, y con un alambre le habían sujetado el otro pie a una polea. Habían rajado el cuerpo desde el pecho hasta la base del abdomen, y las vísceras brillaban como si las hubieran lavado y limpiado. Estaba decapitado, Schley sólo había visto una cosa igual en un matadero. El sheriff no tenía duda de que se trataba de Bernice Worden: había sido asesinada y su cadáver dispuesto como si se tratara de una pieza de carne.

Poco después la granja quedó rodeada por coches de la policía. Para empezar, rastrearon la casa con la ayuda de linternas y lámparas de petróleo y luego llevaron un generador. Una vez que la casa quedó suficientemente iluminada, se puso de manifiesto todo el horror que allí se escondía. Había varios cráneos esparcidos por la cocina, algunos intactos, otros cortados por la mitad y empleados como cuencos. Dos de ellos se utilizaban para equilibrar las patas de la mugrienta cama en la que dormía Gein.

Una inspección más detenida reveló que una de las sillas de la cocina estaba hecha con trozos de piel humana. Había también pantallas de lámpara, papeleras, un tambor, un brazalete, la funda de un cuchillo, todo adornado con restos humanos. Pero faltaban cosas peores. También encontraron una especie de chaleco hecho con la piel de la parte superior del cuerpo de una mujer, con un cordón que caía por la espalda.

Pero, para los policías que tuvieron que hacer este trabajo de rastreo, lo peor fue descubrir una colección de máscaras mortuorias y de cabezas reducidas al estilo jíbaro. Había nueve máscaras, cada una con el rostro y el cuero cabelludo de la víctima en cuestión y mantenían el pelo intacto. Cuatro de estas máscaras estaban colgadas en la pared que rodeaba la cama de Gein. Encontraron las otras máscaras metidas en bolsas, en viejas cajas de cartón y en sacos esparcidos allí y en la cocina.

Otra, que aunque reducida pudo ser identificada por uno de los policías allí presentes, era la de Mary Hogan. Encontraron además el corazón de Bernice Worden dentro de una bolsa de plástico, y sus entrañas, todavía calientes, envueltas en un viejo traje. Pero la policía siguió buscando la cabeza del cadáver que colgaba del gancho.

Detrás de la cocina y del cuartucho en el que dormía Gein se hallaba la planta baja de la casa. La puerta estaba bien tapada, pero lograron quitar los tablones necesarios para poder entrar en la habitación principal. A la luz de las linternas vieron una habitación perfectamente ordenada y normal, en la que lo único que destacaba era la enorme cantidad de polvo que cubría los muebles y los adornos situados sobre la chimenea. Era un auténtico mausoleo, una tumba que Gein había cerrado y abandonado dejándola tal y como estaba el día en que murió su madre, hacía doce años. Y allí dentro estaba el cadáver seco de Augusta Gein.

De vuelta a la cocina, el patólogo que estaba intentando identificar los restos de los cadáveres vio cómo salía vapor de una vieja bolsa de comida que se hallaba entre la basura. Al vaciarla encontró lo que todo el mundo había estado buscando. Un espantoso trofeo: la cabeza de Bernice Worden estaba cubierta de suciedad. Tenía sangre coagulada alrededor de las fosas nasales, pero por lo demás estaba intacta.

Ante todos estos atroces descubrimientos, los agentes, expertos forenses y detectives que se encontraban presentes, quedaron mudos. Muchos de ellos eran expertos policías con una larga carrera en el servicio; policías que habían presenciado todo tipo de crímenes pero que, sin embargo, no estaban preparados para afrontar lo que tenían delante: una casa llena de cadáveres y restos humanos.

El hedor era insoportable. Para la policía encargada de la investigación del caso, la granja de Gein era una mezcla de pocilga, matadero y catacumba; algo así como la guarida de alguien al que difícilmente se podía calificar de ser humano. Harold Schechter, que escribió sobre el caso, la describió como "el decorado de un perturbado mental”.

El rastreo de la granja terminó al anochecer. Descolgaron el cadáver de Bernice Worden y lo pusieron junto con los otros restos humanos encontrados que depositaron en bolsas de plástico. Enviaron las bolsas a la funeraria de Plainfield a fin de que se realizara el debido examen post mortem.

Ninguno de los allí presentes sabía a cuántas personas pertenecían las cabezas y los restos humanos encontrados en la Granja Gein, pero estaba claro que, además de Mary Hogan y Bernice Worden, había muchas más víctimas. El trabajo de la policía no había acabado, aún existía un interrogante pendiente: ¿a quiénes pertenecían los demás cadáveres?

Mientras todas estas investigaciones tenían lugar en su granja, Ed Gein esperaba tranquilamente en la Prisión del Estado de Wautoma custodiado por los dos policías que le habían arrestado, Chase y Spees.

A la mañana siguiente, lunes 18 de noviembre, Gein rompió su silencio. Declaró que había matado a la señora Worden y después de cargar el cadáver en una furgoneta, lo había llevado a un bosque cercano. Dejó allí la furgoneta, volvió a la ciudad por su coche y luego regresó al bosque, donde metió el cadáver en el automóvil y se dirigió a la granja. Allí lo ató y descuartizó.

El fiscal quiso saber más detalles sobre lo acaecido con el cadáver. Gein comenzó a describir cómo había atado el cadáver, luego lo desangró en una pila y después enterró la sangre en un agujero en el suelo. Cuando le preguntó si alguna vez había desollado un ciervo, Gein contestó: “Supongo que en ese momento pensaba en eso”.

Cuando se le preguntó si alguna vez mantenía algún tipo de relación sexual con los cadáveres robados, algo que estaba en la mente de todos, lo negó con la cabeza y gritó: “¡No, no! Huelen muy mal”. También negó categóricamente las acusaciones de canibalismo.

Mientras tanto, el acusado era sometido a exhaustivos exámenes psicológicos en el Hospital Central del Estado y al detector de mentiras. Se confirmó que Gein sólo había asesinado a Bernice Worden y a Mary Hogan; y que el resto de los cadáveres mutilados que se encontraron procedían del cementerio.

Entre las pruebas psicológicas que se le aplicaron, estaba el estudio de coeficiente intelectual de Wechsler, que reveló que, en muchos aspectos, era “bastante inteligente”, incluso por encima de la media, pero que tenía grandes dificultades para expresarse y comunicarse en otros términos más simples.

Junto con esto, los psicólogos del Hospital establecieron que Gein padecía un trastorno emocional que le llevaba a comportarse en algunas ocasiones de manera irracional, pasando luego por periodos de más calma durante los que sentía remordimientos.

Descubrieron también que su desarrollo sexual y emocional se había producido muy tardíamente por culpa de la represión ejercida por su madre, y que se creó un mundo de extrañas fantasías, en el que sus sentimientos con respecto a las mujeres se confundían con el dolor que sentía por la muerte de su madre y el temor a transgredir su propio y peculiar código moral.

Según Gein, Bernice Worden y Mary Hogan “no eran buenas mujeres”. No llegó a decir que merecieran la muerte, pero sí que estaban destinadas a morir de forma violenta y que él no era más que el instrumento para realizarlo.

Gein admitió que a menudo se paseaba por la granja vestido con las ropas hechas con piel humana y bailaba bajo la luz de la luna llena en un extraño ritual; dijo que uno de sus principales deseos era ser capaz de realizarse una operación para convertirse en mujer.

Con respecto a la habitación de su madre y su cadáver reseco, Gein confesó que en una ocasión creyó que podría devolver la vida a su madre mediante el cuerpo de otra mujer; y se sintió muy defraudado cuando su plan fracasó.

El 18 de diciembre, los médicos que le habían examinado se reunieron para revisar el caso, bajo la dirección del Dr. Edward F. Schubert, director del hospital. Concluyeron que Gein estaba loco y que por consiguiente no estaba en condiciones de asistir a un juicio. Decidieron que permaneciera en el hospital hasta Navidad y se enviaron los informes de los psicólogos a la oficina del fiscal general. Después Ed Gein fue internado en el manicomio del Estado por tiempo indefinido.

En su nuevo hogar, Gein mejoró y fue un prisionero modelo. Se llevaba bien con sus guardianes y, a diferencia de los otros internos, nunca necesitó sedantes. También demostró tener gran habilidad en los trabajos de artesanía de la prisión, y con el pequeño salario que tenía se compró una radio.

En marzo, cuando parecía que las aguas volvían a su cauce, de nuevo se encresparon los ánimos cuando se anunció que todas las propiedades de Gein iban a ser vendidas en pública subasta y que los posibles compradores podrían visitar la granja, previo pago de cincuenta centavos, pago necesario para evitar posibles mirones.

A los ciudadanos de Plainfield les escandalizó. Finalmente, se tomaron la justicia por su mano. La subasta nunca tuvo lugar. La noche del 20 de marzo, un pueblo entero vio cómo la granja de Gein ardía en llamas, lo que muchos vecinos interpretaron como la manifestación de la, justicia divina.

Los visitantes de la Feria Anual del Condado se encontraron con un cartel que decía: “¡Vea el coche que transportaba los muertos! ¡Está aquí! ¡El coche de los crímenes de Gein!” Aquellos lo suficientemente curiosos para pagar veían el coche de Gein, ahora limpio, con una falsa mancha de sangre en el asiento de atrás.

Dos mil personas pagaron veinticinco centavos cada una por echar un vistazo al coche. Este rasgo de ingenio de un tal Bunny Gibbons, esta atracción itinerante, fue pronto prohibida por las autoridades.

En febrero de 1974 se elevó una petición en el juzgado del condado de Waushara pidiendo que, después de dieciséis años de internamiento y dado que Gein había recuperado por completo su salud mental, se le permitiera salir del manicomio. Después de estudiar la petición, el juez del distrito Gollmar pidió al hospital para enfermos mentales del Estado que se le practicara, de nuevo, una serie de pruebas psicológicas cuyos resultados serian oídos en la sala al día siguiente.

Antes de la audiencia, Gein estuvo charlando amigablemente con los reporteros allí reunidos y les contó que deseaba ver algo más de la vida y que planeaba dar la vuelta al mundo. Pero los cuatro doctores que prestaron testimonio al juez coincidieron en que este psicópata de avanzada edad no debía ser puesto en libertad.

En 1979, un año después de que Gein fuese trasladado desde al Hospital Central del Estado al Instituto Mendota.

Ed Gein murió por insuficiencia respiratoria el 26 de julio de 1984 en el Hospital Geriátrico para Enfermos Mentales de Mendota, en el que estaba internado desde 1978. Desde entonces, sus restos descansan en un sepulcro en el cementerio de Plainfield, al lado de la tumba de su madre.

Los crímenes de Ed Gein y sobre todo la extraña y enfermiza relación que mantenía con su madre, inspiraron directamente la novela Psicosis de Robert Bloch, que más tarde sería adaptada al cine por Alfred Hitchcock.

La película Deranged de 1974, protagonizada por Roberts Blossom, está basada en el personaje. De igual forma, la decoración de la casa de la película Masacre en Texas, así como el asesino Leatherface (Cara de Cuero) y su máscara de piel humana, están claramente inspirados en Gein. En la serie de televisión Prision Break, aparece el personaje Theodore T-Bag, con el que mucha gente lo identifica.

El más famoso homenaje fílmico a Gein es el personaje del asesino transexual Buffalo Bill, en el libro y la película El silencio de los inocentes, del escritor Thomas Harris.

También se han hecho tres películas biográficas sobre Gein: In the light of the Moon, dirigida por Chuck Parello y protagonizada por Steve Railsback; Ed Gein, dirigida por Michael Feifer y protagonizada por Kane Hodder; y Ed Gein: The Butcher of Plainfield. Otros villanos inspirados en él han sido Michael Myers, de la serie de películas Halloween, y Jason Voorhes, de la saga Viernes 13.